lunes, 26 de mayo de 2008

Caspa, champús y otras cosas...

Resulta que el miércoles pasado Noa y yo estuvimos en el veterinario. A la enana le tocaba su revisión y sus vacunas anuales (todo fue bien) y aprovechamos el viaje para que el médico me echara un vistazo a causa de un poco de caspa que desluce mi suave y aterciopelado manto. Tranquilos, queridos lectores, que estoy bien: el veterinario no le dio mayor importancia al estado de mi pelaje (máxime cuando estamos inmersos en plena época de muda) y no me recetó ni inyecciones, ni pastillas, ni jarabes. Eso sí, lo que sugirió, aunque ligeramente alejado de la ciencia de Hipócrates, fue algo peor y no me hizo ni pizca de gracia, porque dijo que podría venirme bien ¡un baño! Al principio pensé que se trataba de una broma de mal gusto pero, mientras me dedicaba a cotillear a mis anchas por la consulta, me fijé en cómo mis humanos metían en sus bolsas un bote de gel desde cuya etiqueta un perro y un gato me miraban con los ojos resignados de aquel que sabe qué es lo que te espera.

Yo no lo tengo nada claro, aunque mi dignidad felina me impulsa a oponerme de principio a la idea de pasar por la bañera. Imaginad que encojo o me destiño, cosa que es relativamente habitual entre la ropa que pasa por la lavadora de mis humanos (Ejem, ejem...) Y lo del secado, seamos francos, tampoco me tranquiliza: el secador (esto no es ningún secreto) me da bastante yuyu. ¡Ese ruido! ¡Ese aire! Y lo de que me froten hasta la saciedad con una toalla tampoco me atrae, que queréis que os diga: ¿y si me desgastan? Que no, que me opongo. ¡Faltaría más! Y es que bañarse parece cosa de perros. A ellos les pega más eso de la esponja y el jabón. ¡Si hasta les han puesto unas maquinitas en las gasolineras en las que el can en cuestión puede disfrutar de una buena y cómoda ducha a cambio de unas monedas! Entendedme, no es que yo tenga nada en contra del agua pero ¿hasta dónde vamos a llegar? En el fondo será que soy un sentimental, pero me encantan esas horas del día que paso lengua va y lengua viene cumpliendo con nuestro ancestral ritual de acicalamiento felino.

Por cierto, debo decir que sigo esperando el fatídico momento en el que se decidan a ir a por mí, porque aún no he tenido el disgusto de toparme con el agua y el jabón. Puede que, si consigo pasar desapercibido unos días, mis humanos se olviden de mi pelo, de mi caspa y del proyecto baño. ¡Al menos tendré que intentarlo!

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